La relación de Evgeny Antufiev con el patrimonio arqueológico asentado en nuestro territorio y presente en nuestros museos es una larga novela con capítulos. Una fascinación que experimenta Antufiev por la estratificación simbólica y simbólica, por el eco profundo de historias antiguas que nos siguen hablando en las salas de los museos. ¿Qué mejor armonía para un artista que siempre ha explorado la idea de la inmortalidad y la regeneración a través de arquetipos que han acompañado la existencia y el imaginario humanos en una historia interminable? En este capítulo el encuentro es con el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, importante guardián de la fascinante y para algunos todavía misteriosa civilización etrusca que supo -al igual que el proceso creativo de Antufiev- absorber y metabolizar contactos y relaciones con múltiples civilizaciones (de Oriente a Occidente, de los fenicios a los griegos, a los cartagineses) y creó una peculiar y muy estrecha relación con las características de los territorios individuales en los que se asentó, generando algo absolutamente nuevo. La obra de Antufiev transporta figuras simbólicas en el tiempo y el espacio que siempre han acompañado la existencia y la imaginación humana. Tanto sus cerámicas como las vaciadas, con texturas y superficies oxidadas y tratadas con particulares pátinas y baños, evocan antiguos descubrimientos y se nos presentan como un "regalo" encontrado en el subsuelo. La presencia de figuras en transformación va bien con el repertorio iconográfico etrusco que está bellamente ilustrado en los objetos expuestos en el Museo de Villa Giulia. El resultado formal es intrigante, laberíntico, absolutamente único: las obras de Antufiev adquieren identidades híbridas, capaces de generar asonancias entre diferentes mundos y culturas, pero se filtran inevitablemente a través de la cultura del país de origen del artista, Siberia, y la tradición popular rusa en el tratamiento de los materiales.