Alessandro Roma ha activado un mecanismo compositivo y estético libre de ataduras temporales. Sus obras fluctúan en una dimensión en la que las fechas de realización no son de suma importancia y siempre aparecen a caballo entre la escultura, la pintura y el diseño, guiñando un ojo a la posibilidad de múltiples pertenencias. Y, sin embargo, su ubicación solo puede existir en el contexto escultórico y pictórico, ya que su uso en la vida cotidiana sería imposible.

Otras tantas experiencias y estéticas de las que se nutre sin por ello “unirse” a ninguna, encontrando un lugar autónomo en la historia del arte contemporáneo. Sobre todo la cerámica encuentra su propio espacio preciso en el vasto panorama actual donde es de las pocas en determinar su propia estética autónoma y reconocible. Sus “jarrones, sobre todo, se presentan de manera ambigua y formal como objetos destinados al uso doméstico y luego resultan imposibles de albergar otras formas vivas por estar ya rebosantes de vida interna. Esta especie de matriz del objeto, ofrecida a la mirada del espectador, aparece como una "cueva" en la que los órganos palpitantes de la vida aparecen en toda su radiante vitalidad. Ramas y hojas se entrelazan con otras formas con colores deslumbrantes y la armonía del trabajo se hace eco de la verdadera naturaleza.