El espacio en el que se sitúa la gran figura del tamborilero ha abandonado toda lógica de estructuración y proporcionalidad. Las relaciones dimensionales de personajes, animales y arquitecturas así como las capas cromáticas de tonos intensos principalmente azules, rojos y amarillos contribuyen a la creación de una representación viva y visionaria en la que una vez más la figura de un músico, posicionado entre el cielo y la tierra, triunfa sobre todo. Las iconografías de las campesinas, de las casas con techos de madera, de los burros y de las vacas, en alusión a la vida en el pueblo natal del artista, habitan una visión caleidoscópica impregnada de los ya remotos recuerdos de la infancia, pero siempre y en todo caso bien vivos en el corazón y en los ojos del artista y que precisamente, en la lejanía de su patria, se recuerdan y exaltan mutuamente. La obra data de los años posteriores a 1948 cuando Chagall regresa a Francia procedente de los Estados Unidos, donde se había visto obligado a emigrar, y es precisamente de estos años cuando datan numerosas obras guaches caracterizadas por una materia cromática densa y compacta. En la década de 1940, durante su estancia en América, el pintor maduró un uso fuerte e impulsivo del color junto con una reelaboración metafórica y mitificadora de algunos temas iconográficos personales, todos elementos presentes en la pintura de la colección Lucci. Una producción cuyos resultados están en plena contradicción con el lirismo dulce y bucólico de la etapa anterior.