Esta hermosa pintura fue considerada por Federico Borromeo "una de las cosas más queridas que tengo" y se ha planteado la hipótesis de que la guardó en su estudio en el palacio del arzobispo, tanto que pasó a formar parte de la colección ambrosiana recién a su muerte. Ha habido largas discusiones sobre la autoría de la obra, pero recientemente se ha afirmado que "la definición de réplica autógrafa para el ejemplo milanés es la más adecuada". Una pintura idéntica, probablemente la versión original vista por Federico Borromeo, se conserva en el Museo del Prado de Madrid y fue donada en 1605 a la reina de España Margarita de Austria por Francesco Maria Della Rovere, duque de Urbino. Desde el punto de vista iconográfico, es interesante notar que la pintura carece totalmente de cualquier fuente de luz natural o artificial, ya que todo está inundado por la luz divina que irradia el rostro del Niño Jesús, como se narra en uno de los evangelios apócrifos.