Ya a principios de los años setenta, Nivola desarrolló lo que él llamó un apetito por el mármol y el bronce: el deseo de utilizar los materiales nobles de la escultura para acercarse al arte "puro", independiente de la arquitectura. “Desde hace un tiempo, una fuerza simple, esencial, se ha definido cada vez más en mi escultura. Aquí espíritu y sentidos colaboran en el compromiso de dar forma y sentido a la materia. Hay una forma femenina como resultado, pero no necesariamente como punto de partida. La pared panzuda de la casa rústica, en mi mágica edad infantil, siempre escondió un tesoro: el pan plano y delgado que se hincha al calor del horno, una promesa para saciar el hambre habitual. Asimismo, la mujer embarazada esconde en su vientre el secreto de un niño maravilloso”. Nivola explica así el significado de las grandes Madres, iconos de su madurez tardía.