La fábrica de Viena se fundó en 1717 y los decoradores y químicos de Meissen aterrizaron allí, donde se produjo la primera porcelana europea. La gestión por parte del estado aseguró los recursos económicos necesarios, y el posterior descubrimiento de yacimientos de caolín en Hungría permitió la producción de una pulpa de mejor calidad. La copa, con la típica forma de los llamados cráteres, con asa de voluta roscada en oro, fondo dorado brillante y diversas decoraciones, tiene un espejo con una vista de la Puerta Nueva de Viena vista desde el exterior de la ciudad, mientras que el platillo ofrece un azulejo con la visión de la misma puerta pero desde el interior de la ciudad, por tanto con un vivo y pleno sentido de la realidad. La forma de cráter es típica de la producción vienesa durante el período Biedermaier, cuando predomina un gusto burgués característico. La pintura de paisaje también es muy frecuente en el repertorio decorativo de la porcelana vienesa; los temas más representados son precisamente las vistas de Viena y sus alrededores, extraídas de los grabados de finales del siglo XVIII de Carl Schutz, Lorenz Janska y otros.