Si se le preguntara por su pintura, lo más probable es que Sean Shanahan recurriera al siguiente aforismo: «Estoy en un océano infinito de color. Tengo el océano por todos lados y tomo un poco en la palma de mi mano: sigue siendo océano, pero ahora ya no es infinito».

Las obras de Shanahan escapan a la nomenclatura, incluso logran deslizarla, al igual que sus bordes perfilados: agudos como atrevidos, capaces de invalidar la geometría tradicional del “ rectángulo sagrado ”. Son aristas sin cortar, que resaltan el soporte de MDF, pero sobre todo sirven para perfilar y repensar el umbral que tiende a graduar la obra hacia el mundo circundante. Al redefinir los límites de su propia investigación pictórica, el artista logra socavar cualquier definición, dando lugar a una geometría que rompe con la tradición y que, de otro modo, parece intraducible.

Hay un límite infranqueable que mantiene la superficie pintada a distancia de la realidad circundante. En las obras de Shanahan los bordes modulan el paso de uno a otro, sancionando así un acercamiento e interpenetración entre la obra pictórica y el contexto arquitectónico. Los monocromos del artista nunca intentan reemplazar la realidad, ni la imitan ni la toman como modelo; en ellos nunca se incurre en ilusiones o inducciones, en connotaciones figurativas o narrativas, la mirada es interceptada únicamente por el color, para sellar la quintaesencia de la pintura.