Cuidar de nosotros mismos, de los demás, de los objetos y sentimientos. Ya me imagino a Hiva Alizadeh (Teherán - Irán, 1989) en su estudio, que acaricia suavemente sus obras, las mima, las arregla, las cepilla. Gestos cotidianos, llenos de cariño e intimidad. Como no pensar en niñas jugando a mamá con muñecas y Barbie, acariciando antes de dormirse, mimando a su perrito.

Las obras de Alizadeh tienen sus raíces en la antigua tradición persa, en particular en la técnica milenaria para hacer alfombras Kerman. Los comerciantes las presentaban como alfombras sobre las que era posible caminar todos los días, durante cien años, sin dañar la textura y los espléndidos medallones decorativos que se ramifican a partir de una geometría central, a menudo de color rojo. Sin embargo, el uso de materiales sintéticos, como las extensiones de cabello presentes en todas sus obras, quizás invita a reflexionar sobre los resultados de una globalización que durante décadas ha ido arrasando localidades enteras en todos los rincones del planeta.

La interpretación contemporánea de la tradición propia del país de origen del artista, donde aún vive y trabaja, se ve acentuada por el efecto psicodélico y cosmopolita obtenido con paletas vivas y coloridas. Por primera vez, Alizadeh presenta tres obras escultóricas e instalativas, que descienden de las paredes donde se colocan habitualmente, conquistando un espacio tridimensional y siendo activadas por luces de colores que tanto recuerdan a los salones de baile de los años 80 y más recientemente a los clubs de karaoke Inmediatamente soy catapultada a Lost in Translation de Sofia Coppola: Scarlett Johansson, pelucas rosas brillantes, noches interminables, taxis conducidos por chóferes con guantes blancos y locos paseos en estado de ebriedad como nunca antes.

Oriente y Occidente chocan. Olvidamos las ideologías y la religión, las historias y el futuro, centrándonos en un presente formado por tramas complejas, inspiradas en la morfología y el paisaje iraní o la región rural que Alizadeh visita constantemente. Son mapas, fotografías, testimonios de un viajero hambriento siempre curioso por lo que hay más allá del cerro.

Nacen obras vivas, movidas por el aire y tan estáticas como cinéticas, no hay una posición correcta, única, determinada. Cada pincelada da una nueva vida a las pinturas escultóricas, que permiten al artista reelaborar, pincelada tras pincelada, lienzos donde la pintura parece no secarse nunca.

Alizadeh ama la vida, la naturaleza, los unos a los otros.