Descendiente de una familia establecida de pintores y criado en un ambiente intelectual ferviente, Valerio Castello fue un artista muy precoz, capaz de superar las enseñanzas incluso de los maestros locales establecidos, para dirigir su mirada a modelos de importancia internacional: Procaccini, Correggio, Parmigianino, Veronese, Rubens y Van Dyck son los referentes de la carrera artística de este pintor que tuvo un papel crucial, aunque en su corta vida, en la transición de la estética barroca a la rococó, situándose como una de las personalidades más originales e innovadoras de el siglo XVII, no sólo genoveses. En este pequeño pero delicioso cuadro demuestra un dominio absoluto en la recepción y reelaboración de los estímulos de los grandes maestros y, al mismo tiempo, ofrece una representación magistral del íntimo y delicado amor maternal. El tierno gesto de la Virgen, empeñada en cubrir al Niño sin perturbar su sueño, se resuelve en una graciosa composición, en la que los suaves tonos pastel son tratados con una vena pictórica fresca y muy ágil. La pincelada esparce el color ahora con veladuras transparentes, que dan la ligereza del velo y de las sábanas donde el niño yace dichoso, sobre las que el pintor se detiene para enfatizar la gracia y la dulzura infantil, ahora para fondos más corpulentos, que se encuentran en la tela roja en el fondo y en el vestido de la Virgen. El perfil alargado de la Virgen, los dedos afilados, la elegancia del movimiento recuerdan mucho a las mujeres de Parmigianino, pero el estilo es menos artificial y más directo, mediado por esquemas compositivos que remiten a Van Dyck, de quien también Valerio aporta una interpretación personal y muy original.