Prometeo, figura de la mitología clásica, yace boca arriba encadenado a un acantilado en el Cáucaso. Por la tensión de los miembros, así como por la mueca del rostro, se percibe toda la brutalidad de la tortura. Una mano está apretada, la otra completamente abierta y los tendones casi sobresalen de la muñeca; las piernas separadas están ambas muy tensas; el vientre desgarrado ofrece una pieza de anatomía humana; el águila está devorando el intestino, aunque el mito habla sólo del hígado, que, creciendo cada día, es la comida diaria de una tortura sin fin. Lo que identifica al personaje como Prometeo es la antorcha encendida en la esquina inferior derecha, el instrumento con el que el titán le había dado fuego a la humanidad. El águila, atributo de Zeus, se convierte en embajadora de la venganza del padre de los dioses. La tortura de Prometeo es un tema en el que cuestiones figurativas, vinculadas a la correcta representación de las pasiones (entre ellas el dolor, el asombro, la muerte, la locura), se entrelazan con motivos filosóficos y literarios, afines al espíritu multifacético de Salvator Rosa.