La obra es un múltiplo de las Tablas de Fibonacci, que el artista expuso en Ginebra en 1985 y representa quizás la idea más completa frente al ciclo de tablas del autor, ya que combina dos discursos: las tablas concebidas como la representación arquitectónica y objetual del Serie numérica de Fibonacci (identificada en el siglo XIII por el abad Leonardo da Pisa, apodado Fibonacci según el cual cada número está constituido por la suma de los dos que le preceden) y, visualmente, la espiral. Respecto al ciclo de las mesas, el artista en una entrevista de 1981 (con Amman Pagè) afirma: “La idea de la mesa me vino por primera vez mientras estábamos sentados, todos juntos, en un restaurante. Había un fotógrafo que primero fotografió a una persona, luego a dos, a tres... hasta 55. Era una estructura correspondiente a la serie numérica de Fibonacci... Entonces hice una mesa para una persona, para dos personas, luego para tres y así sucesivamente... lo que me interesaba es el lado físico de la mesa, ya que la mesa está ligada al hombre de una manera muy orgánica. La mesa es un terreno elevado, elevado”. Toda la obra de Mario Merz se centra en la predilección absoluta por la forma espiral, entendida como forma matemática y simbólica: la espiral que, alejándose de sí misma por infinitas repeticiones, se reafirma.