La obra fue creada en México durante la estancia americana del artista (1941 - 1943). El elemento ruso evocado en esta intensa pintura está poéticamente presente en la solución fantástica del paisaje, que es el querido y familiar de la infancia en Vitebsk: viejas dachas de madera, calles estrechas de cercas, letreros en tiendas, jóvenes amantes, mascotas, unidos en un mundo sobrenatural -según la definición de Apollinaire- en todo caso fantástico y surrealista de una quietud idílica. La resonante suntuosidad del color azul, con la densa luz blanca de la luna colocada en el centro, sobre la nieve, bajo el vientre del caballo, alcanza aquí una mágica profundidad y resonancia, adquiriendo una fuerte sugestión interior que comunica, en la transfiguración del sueño, inquietud y tristeza, sumergida como está en la ternura punzante y melancólica de la memoria.