Es quizás el cuadro más conocido de este artista genovés, que terminó su carrera al servicio de Felipe II de España, cuyo proceso pictórico, bastante articulado, parte de un gigantismo manierista para llegar a una pintura esencial, formada por composiciones casi geométrico, cuyo rigor es enfatizado por tonos limitados en el rango y afinados sobre la base de acordes simples. El contexto cultural que determinó esta elección nocturna fue su adhesión a las tendencias más espirituales de la Reforma católica, mientras que la entonación doméstica, de gran impacto comunicativo, se orienta a promover el hecho sagrado, articulada en la devoción personal e íntima del cliente. . El cuadro (1570-1575) toma su título de la tenue luz de una vela que se deja ver al borde de la composición. En realidad lo que destaca el delicado pliegue de María hacia el Niño lactante, cuna que pronto lo acogerá así como el gesto de Santa Ana que, habiendo suspendido el hilado, recomienda amorosamente silencio a Juan y el perfil de José que, desviado , se va a otra habitación, dejando a las mujeres con la cálida intimidad de este momento, es una luz rasante, externa, fría. La figura de Jesús, en cambio, es la única que emerge completamente de la penumbra: su carne nacarada parece brillar con luz propia, dando a la humilde y activa escena una atmósfera mística.