La superficie vibra a través de los signos, como una pantalla recién marcada por la presencia de gestos efímeros y caligrafías imposibles de leer. Palabra e imagen dialogan en un mundo impalpable, indefinido, escurridizo, que intenta hacer perceptible el pensamiento poético del artista. El signo es el testimonio de la apropiación de lo visible por parte de Caccioni: imágenes hechas propias con el tiempo, asumidas y acumuladas en la memoria, que finalmente emergen en el lienzo.