El episodio de la adoración de los pastores, que llegó a Belén tras el anuncio de los ángeles, está narrado en el Evangelio de Lucas. Bassano aborda el problema, por un lado, respetando la tradición, por el otro, introduciendo innovaciones. Forman el telón de fondo de las ruinas arqueológicas, un elemento frecuente en la iconografía italiana de la Natividad. Aquí vemos una hilera de columnas rotas sobre un alto pedestal, modelado a semejanza de los templos griegos, contra el cual se apoya una choza. La singular estructura arquitectónica simboliza la superación del paganismo y la construcción de la iglesia cristiana, de la que el nacimiento de Jesús es el primer acto de fundación. El lienzo data de los años sesenta del siglo XVI, época en la que Bassano comenzó a oscurecer los colores. Las túnicas de la Virgen, José y los pastores tienen sombras esmaltadas, pero el paisaje tiene un aire nocturno. Lo que más llama la atención es la humildad casi irrespetuosa de los pastores, en consonancia, además, con el espíritu del relato evangélico, que quiere a los últimos de la jerarquía social como primeros adoradores del Mesías. Los pastores ocupan el centro de la escena, y si no hubiera lado izquierdo del cuadro, podría parecer una escena de género rural. El pastor de espaldas está arrodillado, mostrando sus pies descalzos, como recuerdo de su extrema humildad, y sosteniendo un cordero, animal de sacrificio por excelencia, en referencia a la futura Pasión de Cristo. En el extremo derecho, un inserto curioso: un niño agachado que sopla sobre una brasa ardiente, en el inútil esfuerzo por revivir una llama, ahora débil ante la poderosa luz de la revelación divina. La figura tendrá luego una amplia difusión como escena de género autónoma.