Reni, tan célebre en su día que sólo apelaba a su nombre de pila, Guido, muchas veces precedido del adjetivo demasiado loable divino, tras una formación en su tierra natal, a partir de los veinticinco años tuvo frecuentes y largas permanece en Roma, donde fue muy apreciado por la familia del Papa y por otros miembros de la corte papal. También este lienzo, donde se representa a San Sebastián, que según la tradición fue un soldado romano originario de la Galia martirizado en tiempos de Diocleciano, debe ser fruto de ese tipo de encargo, ya que además de la alta calidad pictórica, recientes análisis han demuestra que añade una preciosa realización, dado que el lapislázuli era muy utilizado para el azul del cielo, tan caro que generalmente lo suministra o lo paga por separado el cliente. La imagen, respondiendo a los ideales clásicos de la poética de Reni, no muestra el cuerpo de un mártir marcado por dardos y atropellado por ríos de sangre, sino el idealizado de un joven de una belleza decididamente sensual. Datado en torno a 1615, el lienzo tuvo un gran éxito, tanto que el cardenal Borghese quiso una versión similar, resultado al menos en gran parte del taller del artista, y que ahora se conserva en la Pinacoteca Capitolina. Posteriormente, Reni debió retomar este tema, volviéndolo a proponer con distintas variantes: se conocen réplicas de este otro tipo en varios museos del mundo (Louvre, Prado, Dulwich Picture Gallery), pero ninguno alcanza la calidad de éste, que terminó en la colección Brignole - Se levanta ya antes de finales del siglo XVII.