El mito representado, narrado por Venus, decidió entonces atentar contra la vanidad femenina dejando caer intencionadamente las manzanas de oro del jardín de las Hespérides durante la carrera. El momento representado es precisamente aquel en el que Atalanta, deseosa de poseer las preciadas manzanas, se detiene a recoger la segunda, permitiendo así que el joven enamorado pueda superarla. El tema se convierte para Reni en nada más que un pretexto para crear una de sus obras de clasicismo más equilibrado. Las dos figuras, colocadas en un único plano adelantado, desprovisto de continuidad espacial con el horizonte profundo y lejano, se sitúan en una esfera sin espacio ni tiempo, misteriosa e inaccesible. Dispuestos en un intrincado juego de diagonales que se entrecruzan y alejan, los cuerpos definen una especie de pose congelada, cristalizada en la atmósfera inmóvil imbuida de una luz lunar y casi metafísica. Realizado a principios de la tercera década del siglo XVII, a poca distancia de la primera versión hoy en el Museo del Prado, el lienzo pasó por algunas colecciones privadas milanesas y romanas antes de ser adquirido por los Borbones en 1802.