Cumbre de la producción madura del pintor, el lienzo devuelve una imagen dramática del Calvario, en la que los cuerpos de Cristo y los ladrones son iluminados por una fuerte luz que atraviesa el cielo tormentoso. La pintura combina recuerdos de Giulio Romano, con derivaciones del mundo nórdico, evidentes sobre todo en la reyerta de los soldados que se disputan las vestiduras de Cristo al pie de la cruz, escena extraída de un célebre grabado de Luca di Leyda. Estas piezas de brutal realismo se ven contrarrestadas por otras de refinada elegancia, como el sereno y muy noble lamento de los dolientes de la izquierda, yuxtapuestos con un friso como en un bajorrelieve clásico. La conducción inquieta de la pincelada que ilumina con destellos el paisaje del fondo y resalta con evidencia plástica las figuras del primer plano revela las propensiones ya fuertemente anticlásicas que nutren el lenguaje del artista en los años maduros. Está claro que, después de la atención prestada a Raphael y Parmigianino, el pintor de Ferrara busca otros modelos a los que referirse para expresar su imaginación fuertemente patética y el sentimiento angustioso de la religiosidad.