En 1894 el pintor de Livorno Giovanni Fattori tenía 69 años y durante el verano, como en esos años, se hospedaba en la villa del empresario y político florentino Antonio Civelli en Antignano, al sur de Livorno, para dar lecciones de pintura a la hija Corinna, retratada por él un año antes en La scolarina (1893, colección particular). La estancia en Antignano y la realización de este cuadro están documentadas en una carta fechada el 31 de julio de 1894 a la alumna Adele Galeotti, en la que Fattori se refiere a las medidas del cuadro y subraya su elaboración "desde el natural".

Las colinas de Livorno sobre Antignano, bañadas por la luz del sol, son las verdaderas protagonistas de esta pintura. El corte oblicuo de la ladera que desciende hacia el mar divide claramente la escena en dos: a la izquierda se alternan los colores cálidos de la tierra con los verdes cambiantes de la vegetación; a la derecha prevalecen los tonos azules del cielo y el mar, interrumpidos únicamente por pequeñas embarcaciones oscuras. Frente a otras obras de la misma época, ésta destaca por su brillo difuso, por una pincelada menos sintética y más minuciosa, por el cuidado juego de luces y sombras a través de finos pasajes entre claros y oscuros.