El camino del Calvario presenta la triste y dramática procesión a lo largo de una línea ondulada que sigue la ladera de la montaña y tiene su punto de apoyo en la figura de la Virgen, encorvada bajo el peso de su dolor y sostenida a los lados por dos atentas siluetas blancas, fantasmas errantes en la luz. Jesús, con su pesada carga y su inmenso sufrimiento, es más alto, lejano e invisible, imaginable sólo a través de las tres mujeres que siguen a la Virgen, que levantan la cabeza hacia lo alto para espiar aterrorizadas la tortura de un hijo que ni siquiera la madre tiene más fuerza para ayudar. Al fondo, el cielo se abre en un azul muy claro y cruel contra las nubes grises, deja respirar apenas la mirada hacia el horizonte, insinuando el valle, para luego conducirla hacia la geometría invernal de troncos y ramas secas, y de nuevo, descendiendo, hacia las rocas en primer plano que flotan sobre la tierra empapada de sombras. Las numerosas pinturas religiosas de este período se enriquecen con un sentimiento de naturaleza ajeno a los anteriores, con una vitalidad terrenal expresada en el color que completa, fortalece y pacifica la inspiración mística que el paisaje demacrado y rígido emana de cada rincón.