La pintura se abre en profundidad a través de la perspectiva de un camino polvoriento, del que emerge la silueta de un vehículo tirado por dos caballos y las figuras de otros tantos campesinos que regresan de las labores de los campos que se extienden a su alrededor. Contrastada por unos pocos elementos aislados -el sol ahora medio oculto tras el alto horizonte, el cuervo en vuelo, las nubes dispersas y los bolardos en el borde-, la exasperada simetría de la composición establece una perfecta correspondencia entre el lado derecho e izquierdo del lienzo, dejando que la mirada oscile sobre las masas centrales, una clara y otra oscura, de los animales que se reflejan a lo largo del eje vertical del cuadro. Las amplias pinceladas destinadas a sugerir movimiento se enriquecen con una densa textura superficial de minúsculas fracciones de azul, rojo y amarillo, para recrear la percepción del marrón en la retina -y en el cielo- cuyo fondo rosa centellea con luces verdosas complementarias gracias a una más deformación escasa de puntos azules y amarillos explotados por el sol poniente. Obra nodal de toda la carrera del artista.