El acercamiento de Lionne al divisionismo se produce a finales del siglo XIX como aterrizaje natural de investigaciones cromáticas y luminísticas anteriores, y le permite desarrollar una concepción libre y muy personal de la descomposición de los colores mediante la reiteración de grandes y vaporosos signos, que invaden el lienzo disuelve los contornos de objetos y figuras con efectos de extraordinario encanto onírico, acentuado por la elección de una gama antinaturalista declinada en todos los tonos de púrpura. Realizada en 1920 y presentada en la Bienal de Venecia del mismo año bajo el título Figura de mujer, la pintura de Lionne es una reelaboración de uno de los temas predilectos del pintor, ese refinado retrato burgués, rico en las sugerencias simbolistas y decadentes que impregnaban la Roma de época. Relevante es la bella pose de las manos, plegadas para apoyar el mentón en un juego de líneas que bordea el decorativismo. Moduladas sobre una amplia gama de azules violáceos repartidos en grandes toques de los que emergen sólo el rostro y las manos finamente salpicados de luminosidad divisionista, el rostro enmarcado por un sombrero de ala ancha y un peinado corto movido a la moda, describen a una femme fatale, casi impotente, sin embargo, en su hipnótica mirada cerúlea.