Desde 1953 la producción artística de Antoni Tàpies ha dado un giro definitivo centrándose en la problemática de la materia. Asistimos así a la reducción del alfabeto cromático a unos pocos colores, en beneficio de la consistencia material de las obras de cerdos que empiezan a tomar el aspecto de paredes desmoronadas y desconchadas, con la impronta del lento pero implacable trabajo del tiempo. , a la que acompaña un código de signos luminosos, antitéticos a la áspera exuberancia táctil de la materia. Como es habitual en esos años, Pintura no XLV propone en el título consecuente la intención del autor de liberarse de cualquier tentación descriptiva, mientras que en otras obras el título de la obra viene dado simplemente por los materiales utilizados. Contenido más que enmarcado por el marco, que además de retomar el negro recuerda la idea de un objeto más antiguo y envejecido del que sólo quedan los adornos dorados de las esquinas, el cuadro vive de la ambigua fusión del fondo oscuro creado con la pintura española, partiendo de los fondos de los bodegones del siglo XVII, pasando por las pinturas negras de goya, hasta las dramáticas evocaciones picassianas de la guerra. Rasgar el velo lúgubre de la composición es la emergencia en la parte inferior del lienzo de la rugosa concreción arenosa: la venganza de la materialidad con su inmanencia sobre la trascendencia del color.