Creyentes, cuyas huellas se pierden tras la última exposición documentada, en 1920-21, es citada a menudo en los escritos de Morbelli y juzgada por el propio alejandrino, pasaje crucial en un proceso pictórico ya emprendido a principios de los años noventa del siglo XIX en la dirección de la nueva técnica puntillista, experimentada de forma independiente con rigor y audacia. La atmósfera de toda la composición vive del misterio que emana de las siluetas de los devotos envueltos en la tenue luz, para sugerir una sensación de íntima y apacible comunión con lo divino. El interior de la iglesia milanesa de Santa Maria presso San Celso captada al atardecer se inunda de rayos blancos que brotan de las ventanas -“como luces que deben tener el máximo valor”- para calentar contra la luz a la pequeña multitud oscura de fieles, unos arrodillados en el suelo, otros sobre los reclinatorios, cada uno perdido y a la vez comprendido en la majestuosidad de un vacío que recoge el resplandor anaranjado de las cortinas entreabiertas para colocarlo en los altos muros y en el suelo admirable, que revela sorprendentemente la hermosa textura decorativa. Predominan en la obra los motivos de un claroscuro de fuerte impacto visual, obtenido iluminando las masas oscuras con el "velo y desdoblamiento" del color mediante juegos alternados de contrastes y asonancias hasta conseguir los efectos deseados.